Esta
historia comienza en un mundo donde la Magia y la Ciencia son enemigos.
Desde
hace siglos, la Santa Iglesia ha estado en contra de las creencias científicas
de la Gran Academia. Por un lado están los magos, personas capaces de romper todas
las leyes de la naturaleza para hacer sus hechizos, y por otro estaban los
“espers”, personas con habilidades extrasensoriales completamente basadas en
las ciencias. Y pese a que durante 2000 siglos estos dos bandos estuvieron en
tregua, recientemente han decidido iniciar una guerra.
“Menuda tontería” espetó
mentalmente un chico, quien contemplaba el paisaje desde lo alto de una
montaña. El aire frío y lleno de copos de nieve agitaba su blanco cabello y
golpeaba suavemente su cuerpo, pero a él parecía no importarle. Sus ojos rojos
como la sangre miraban a su alrededor, contemplando los restos del campo de
batalla. Únicamente él había sobrevivido de su escuadrón, pero al menos logró
derrotar a todos los magos antes de que pudiesen escapar con aquel “paquete
secreto” del cual le contaron sus superiores.
A
paso tranquilo comenzó a descender por la nevada montaña, queriendo llegar
pronto a la enorme caja de metal que había más al frente, pasando los cuerpos
de todos sus enemigos y algunos “aliados”. Por alguna extraña razón los altos
cargos de la Gran Academia querían lo que fuera que hubiese allí dentro. ¿Sería
algún nuevo tipo de arma contra los magos… o contra los espers? Realmente eso
no le importaba mucho a Deep Blood.
El
chico había nacido en la ciudad de Helium, capital del país Psique, donde
residía la Gran Academia. Desde niño presentó un gran poder entre los demás
espers, teniendo la capacidad de controlar la sangre de sus enemigos. Fue por
ello que a partir delos ocho años de edad sus profesores decidieron enlistarlo
en la milicia de Helium.
Ahora
tenía 18 años, y Deep Blood nunca había sabido lo que era ser querido. Toda su
vida se la pasó luchando y viendo morir a sus camaradas, justo como en esos
momentos. Muchos lo apodaban “el Rey del Hielo”, no sólo por su apariencia
albina, sino también porque nunca demostraba tener sentimiento alguno.
Con
un suspiro se acomodó mejor la bufanda gris sobre el cuello, queriendo evitar
que los labios se le resecaran. Era bastante molesto tener que lidiar con el ardor
cuando estos se cuarteaban. Tras caminar un par de metros, detuvo su andar
frente a la enorme caja metálica, la cual tenía extraños diseños de cruces y
otros elementos que el chico rápidamente pudo identificar como símbolos
mágicos.
—Entonces
se ha de tratar de un arma mágica — susurró para sí mismo, mientras que
acariciaba la tapa del objeto con sus manos enguantadas. Sin pensárselo dos veces,
usó la pistola que llevaba consigo para poder destruir el seguro de la caja, y
así poder abrirla.
Cuál
fue su sorpresa al ver que lo que había dentro no era alguna pistola o libro de
magia, como inicialmente pensó. Dentro sólo estaba una muchacha bastante
menudita, y que al parecer no pasaba de los 15 años. Estaba acostada sobre unas
almohadillas forradas de satín rojo, y vestía un hábito blanco con decoraciones
doradas y el estampado de una cruz sobre el pecho. Su piel era completamente
pálida, y sus mejillas se encontraban igual de rojas que unos melocotones a
causa de la reciente exposición al clima helado de la montaña. Pero lo que más
llamó la atención del albino fue el hecho de que ella también tenía un cabello
blanco como el suyo, y extremadamente largo.
—
¿Qué es esto? — atinó a preguntarse, sorprendido. ¿Cómo es que los magos
planeaban usar a esta muchacha para derrotar a la Gran Academia? Era
prácticamente una niña, no le podría ni hacer frente a todo el ejército de
espers con el que contaba su país.
Los
parpados de la chica comenzaron a temblar, y su respiración se volvió algo
agitada. De un momento a otro abrió los ojos, despertando al fin y alertando un
poco al muchacho, quien rápidamente se preparó para eliminarla en caso de ser
necesario. Los ojos de ella eran de un intenso y brillante color azul,
contrastando con el color rojo opaco de él. Era como si el fuego chocara contra
el agua.
La
muchacha se incorporó torpemente sobre sus codos, queriendo ver mejor al chico.
Sus labios temblaron, y aunque Deep Blood pensó en un inicio que se debía al
frío, pronto se dio cuenta de que ella estaba intentando decirle algo.
—Tú…
— comenzó a decir, con la voz temblorosa y bajita, casi como si estuviera
rezando. — Tú… me salvaste.
Deep
Blood enarcó una ceja, confundido. ¿Salvarla? Él simplemente había abierto la
caja para ver cuál era el arma que debía de destruir. El joven entrecerró los
ojos, antes de llevar su mano al rostro de ella para sujetarla. Ahora que tenía
contacto directo con su cuerpo podría matarla sin problema alguno y terminar su
misión de una vez por todas.
—
¿Q-qué… haces? — susurró la chica, algo confundida ante la actitud de él.
El
albino respiró profundamente, y por alguna razón trabó su mirada en la de su víctima. Aquellos ojos azules tenían un
brillo de inocencia y pureza que le hizo sentirse sucio por unos instantes.
¿Realmente ella era un arma? ¿Ella sería la persona con la que la Santa Iglesia
destruiría a la Gran Academia?
Y en
especial… ¿por qué no quería acabar
con ella? ¡Era su trabajo, para lo que vivía! ¡Había ido hasta ese lugar sólo
para encargarse de ella!
—Tsk
— chasqueó la lengua, molesto, mientras que soltaba el rostro de la chica y
guardaba sus manos en los bolsillos de su pantalón. Apartó la mirada, tratando
de poner su cabeza en orden. No entendía porque no podía matarla; era como si
algo se lo impidiera.
—
¿Humm? — la chica ladeó la cabeza y sonrió un poco, ignorando el hecho de que
hace unos momentos aquel chico estuvo a punto de ponerle fin a su vida. Sin
pensárselo mucho, tomó una de las manos del chico para estrecharla entre las
suyas. — Mi nombre es Lia — se presentó, con un tono cantarín y animado. — ¿Cuál
es tu nombre?
—Deep
Blood — se limitó a responder él, antes de enarcar una ceja y mirar la mano que
ella sujetaba. Pese a que ella no traía ropa para enfrentarse al invierno, sus
manos eran bastante cálidas, y de alguna forma, reconfortantes.
—
¿Deep Blood? — repitió Lia, ladeando un poco la cabeza. Aquel no era un nombre
muy común, o que ella recordara haber escuchado con frecuencia. Sin embargo aun
así se limitó a encogerse de hombros y a tratar de bajarse de la caja en la que
estaba.
Una
vez que sus pies se hundieron levemente sobre la suave nieve la chica pudo
comprobar que el otro le sacaba una cabeza de diferencia. Era bastante alto, y
pese a la chaqueta que traía encima para protegerse del frío, ella pudo notar
que tenía toda la complexión de un militar. Con cierta curiosidad miró el emblema
que tenía en su chaqueta: Un compás atravesando una rosa de los vientos. “¿Acaso ese no es el escudo de Helium?”
se preguntó, curiosa.
El
albino, por su parte, miraba con cierto aburrimiento a la otra. Se supone que
su misión era eliminar a la posible arma de la Santa Iglesia, ¿no? Y él no
podía cuidar de aquella chica por nada del mundo. ¿Y si simplemente la dejaba
allí a su suerte? Técnicamente estaría cumpliendo con lo que le encargaron sus
superiores.
No es
como si fuese su estilo dejar personas indefensas abandonadas, pero esta era
una guerra, y con tal de que su bando fuera el ganador debía de hacerlo.
—Tsk,
vaya desperdicio de tiempo… — espetó, y tras guardas las manos en los bolsillos
de su pantalón comenzó a caminar tranquilamente colina arriba, en dirección a
su campamento.
Y
claro está, aquello no pasó desapercibido por Lia.
— ¡E…
espera! — pidió, y a paso torpe comenzó a seguir al chico. A diferencia de él,
que avanzaba con total tranquilidad sobre la nieve, ella se hundía cada tanto,
y en más de una ocasión estuvo a punto de tropezar. Pero pese a todo logró
alcanzar al chico, y rápidamente se aferró a una de sus mangas en lo que caía
de rodillas sobre la fría nieve. — Por favor… — susurró. — No me dejes sola.
Deep
Blood simplemente se giró lentamente para observarla con diferencia desde
arriba. ¿Cómo podía pedirle aquello al que seguramente sería su verdugo? Era
como si un animal moribundo le pidiese a un buitre que lo comiera rápido y sin
dolor.
—Te
las puedes arreglar sin mí — fue lo único que se atrevió a decir el chico,
antes de soltarse con un brusco movimiento de ella y seguir con su camino.
Una
leve ventisca golpeó su cuerpo, haciendo que un escalofrío recorriera su
espalda. Varios copos de nieve ya habían comenzado a caer, y seguramente se
perderían entre la blancura de su cabello, el cual se agitaba gracias al
viento. El albino sabía que su campamento estaba subiendo la montaña más alta,
en lo más profundo de una cueva que sus Capitanes habían encontrado con tal de
protegerse de los magos y de las posibles tormentas o avalanchas. Le costaría
algo de trabajo llegar, pero si se apuraba podría estar cerca de la cima antes
de que anocheciera y el clima se pusiera peor…
… o
bueno, al menos ese era el plan.
—
¡Oye! — le llamó una voz suave y delicada, casi como un susurro. Cualquiera se
habría detenido al escuchar aquel tono suplicante que había empleado la otra,
pero Deep Blood era diferente. Él, por su parte, puso una mueca de hastío
total. ¿Pero qué demonios pretendía esa mocosa? ¿Seguirlo a dónde fuera sin
importar qué? O era ingenua o realmente tonta.
De
todas formas, y sin saber bien el motivo, el chico decidió esperarla. Ella
llegó corriendo a él después de unos minutos, y realmente parecía como si
hubiese corrido un maratón. El aire le había falta, sus mejillas se encontraban
bastante rojas y pequeñas gotas de sudor helado escurrían por sus mejillas.
—Hey,
enana, ¿realmente sabes a quién estás siguiendo? — preguntó al fin él,
denotando su molestia en su tono de voz.
Sin
embargo la chica pareció no notar aquello, porque pronto lo miró con una enorme
sonrisa entusiasta. “Realmente le hace
falta un tornillo” fue lo único que atinó a pensar el albino.
—Ya
te dije que mi nombre es Lia — dijo ella, sin perder su buen humor. —. Y claro
que sé a quién estoy siguiendo, ¡me acabas de decir tu nombre!
—Pero
el que te haya dicho mi nombre no es suficiente para que me sigas — contestó él
en lo que enarcaba una ceja.
— ¿Ah
no? — contestó con simpleza la chica, como si aquella fuera una noticia nueva.
— El abuelo solía decirme que cuando le das tu nombre a una persona es porque
confías plenamente en ella — asintió.
Deep
Blood rápidamente asoció esa conducta como algo normal dentro de la gente de
Solatium, la capital de la Santa Iglesia. Normalmente en Helium simplemente
decían su nombre porque sí, ellos no creían en tontas supersticiones dónde el
decir el nombre significaría que te robarían el alma. Era por eso que Deep
Blood agradecía haber nacido en un lugar lleno de ciencia, sabiduría y
conocimientos en vez de dejar todo a la suerte y una simple fe.
—En
fin — el chico suspiró, cansado. — ¿Sabes por qué di contigo?
—Humm…
— atinó a balbucear Lia, antes de negar con la cabeza.
—Vine
aquí para matarte — clara y sencilla, así fue la respuesta del albino, quien
sujetó la cabeza de la chica para hacer algo de presión. — En estos momentos
podría matarte fácilmente; ¿sabes cuál es mi habilidad? Manipular la sangre que
hay en un cuerpo, ya sea humano o animal. Podría hacer que tu corazón deje de
bombear o incluso reventar tus arterias y así diría con orgullo que finalicé mi
misión — susurró, y pese a la cara de asombro y temor que mostró la otra, él ni
se inmutó. Su expresión era fría y tosca, como la nieve tras una fuerte
tormenta. — Pero no tengo interés en matar a un borreguito abandonado como tú,
así que toma esto como una segunda oportunidad para vivir y lárgate de aquí.
Tras
soltarla, Deep Blood simplemente guardó sus manos en los bolsillos de su
pantalón. ¿Por qué se había tomado la molestia de explicarle todo eso? De hecho
ni siquiera tendría porque haberle perdonado la vida, sus Superiores se
enfadarían con él si llegasen a enterarse que dejó con vida a la posible
máquina asesina de la Santa Iglesia.
Molesto,
el chico chasqueó la lengua y farfulló en voz baja. No podía creer que
estuviera haciendo este tipo de cosas, ¡precisamente él, la “Arma Definitiva”
de la Gran Academia! Tal vez lo mejor sería simplemente irse de allí y
olvidarse por completo de la chica.
Pero
entonces sintió las manos de ella aferrándose con cierta desesperación a su brazo
derecho. Confundido, Deep Blood giró la cabeza para verla, y sin saber por qué
su garganta se secó y sintió un extraño nudo en el estómago.
La
chica miraba hacia el suelo, pero de todas formas él pudo apreciar bien su
expresión. Era semejante a la de un bebé cuando estaba a punto de llorar: los
ojos brillosos, las mejillas levemente infladas y chapeadas, los labios
apretados en una graciosa mueca… y pese a que él esperó que ella entrara en
llanto de un momento a otro, Lia no lo hizo. De hecho hasta parecía que se
estaba aguantando las ganas a propósito.
—Yo
no quiero regresar con ellos — susurró al fin, con un tono que sería capaz de
derretir el corazón de la persona más fría, y posiblemente Deep Blood no era la
excepción a eso. — Ellos me dijeron que mi sacrificio no sería en vano, pero
yo… no quiero morir.
Aquello
realmente no se lo había esperado. ¿Morir? ¿Sacrificio? Sabía que en una guerra
cualquiera que se colocara en el campo de batalla corría el riesgo de nunca
volver a ver a su patria, pero… ¿cómo es que una chica tan delicada y torpe
como ella sería expuesta ante tal peligro? ¿Realmente los de la Santa Iglesia
estaban bien de la cabeza?
—
¿Cómo que sacrificio? — preguntó tras no soportar aquella duda.
—Bueno…
— Lia realmente no sabía cómo comenzar a contar todo lo que le había pasado, y
en cierta parte sería una traición el hablar de eso con alguien del bando
contrario. Pero estaría bien, ¿cierto? A fin de cuentas él la había rescatado.
— En Pluvia, el pueblo de dónde vengo, está la leyenda de los Tres Ángeles que
bajaron a la Tierra para proteger a la Santa Iglesia de la Gran Academia —
empezó a relatar, sintiendo que esa era la mejor forma para explicar lo que le
estaba ocurriendo. — Estos Ángeles eran Gabriel, Miguel y Rafael, y prometieron
que en caso de que el País de Vera se encontrara nuevamente en peligro, ellos
regresarían a salvarnos. Es por eso que desde que inició la guerra se han
buscado “contenedores” para que estos Ángeles puedan volver a bajar y a
ayudarnos…
— Y
déjame adivinar — la acortó el chico, con una ceja enarcada y los brazos
cruzados, — ¿tú eres una de esos “contenedores”?
La
chica asintió levemente, sin mirarlo.
—Me
lo dijeron cuando tenía ocho años. Mis padres murieron en la guerra, y mi
abuelo ya no era capaz de cuidarme debido a la edad, así que los soldados me
llevaron al convento de Solatium para instruirme y enseñarme a controlar los
poderes del Ángel una vez que llegara el momento de utilizarlos — tras una leve
pausa, la chica suspiró. — Me obligarán a aceptar el poder de alguno de los
Ángeles para destruir por completo el régimen de Psique, pero eso también
significaría dejar que mi cuerpo sucumba y desaparezca. Y yo… no quiero morir.
Deep
Blood la miró fijamente por unos instantes. Era la primera vez que escuchaba una
historia como esa, ¿Ángeles? ¡Sí, claro! Esas cosas no existían, eran simples
inventos creados por los magos para controlar las mentes de las personas. En
ese mundo sólo había vida y muerte, nada de Dioses o Ángeles. O de lo
contrario…
¿Qué
sentido tendría su vida?
— ¿Y
acaso quieres que me compadezca de ti y te proteja? No bromees — espetó. — Si
quieres mantenerte con vida en este mundo, entonces lucha por ello y no esperes
a que alguien llegue a salvarte el trasero. Es la ley de la selva. O vives o
mueres.
Comenzó
a andar, sin esperar a que la chica decidiera seguirlo. Y de hecho no lo hizo.
La menudita figura de la monja se perdió entre los copos de nieve conforme
estos caían con mayor insistencia. Deep Blood nunca miró hacia atrás, aún pese
al extraño vacío que se había formado en su pecho.
¿Estaría
bien dejarla así, sola y desprotegida? “Por
supuesto” se dijo a sí mismo. Desde un inicio pudo haberla matado, pero por
alguna razón decidió dejarla con vida. Ya dependería de ella si sobrevivía o
no.
Cuando
él fue niño nadie estuvo allí para protegerlo. Nunca hubo una sola persona que
intentara rescatarlo de esos crueles e inhumanos experimentos a los que fue
sometido sólo para ver las capacidades de sus poderes. Entonces, ¿por qué
debería él de proteger a esa muchacha? ¿Qué tenía ella de especial? Nada. Era
su enemigo.
Pero
el sólo recordar la ingenuidad y amabilidad de sus ojos hizo que se sintiera
culpable por unos momentos. A diferencia de ella, él era un ser manchado por la
sangre de sus víctimas. No merecía estar a su lado, y era mejor si ella nunca
se involucraba con algún monstruo como él.
Pero
entonces…
¿Por
qué estaba caminando de regreso?
¿Cómo
era posible que un monstruo como él tratara de ayudar a un ángel, su supuesto
enemigo? ¡Menuda tontería! Lo mejor sería regresar a su campamento con el resto
de sus compañeros. Si ella moría sería lo mejor; si ella llegaba a morir
entonces su misión se habría terminado…
Detuvo
su carrera al borde de la colina. Allí, al fondo, se encontraba ella. La chica
parecía un cordero abandonado que estaba siendo rodeado por unos feroces lobos,
quienes no eran otros más que los Magos de Solatium. Deep Blood los reconocía
rápidamente por sus ropas negras y símbolos de cruces y runas mágicas por toda
la tela.
—Vamos,
Highfly. No es momento para estar con juegos, es indispensable que llegues
pronto al territorio de Nunquam o de lo contrario no podremos vencer al
ejército de Helium — dijo uno de los hombres, el cual era alto y tenía un
aspecto algo tosco y robusto. Su cabello gris contrastaba con su ropa negra y
su piel morena.
— ¡No
quiero ir a ese lugar! — se negó Lia, quien pegaba su espalda a la pared de la
colina al ver que ya no tenía otro lugar al cual poder huir — ¡No quiero morir!
— suplicó.
— ¡No
seas tonta! — espetó otro de los magos; este era más bajito y claramente se
veía la edad en su rostro. — Naciste para esto, ¡morirás por el bien de la
Nación!
Aquellas
palabras enfurecieron a Deep Blood.
Una
persona normal no se lanzaría a la primera sin tener algún plan. A fin de
cuentas se enfrentaría a magos de posiblemente un alto nivel, y él sólo era
uno. Tendría todas las de perder…
…
bueno, las tendría si no se tratara de él.
Sin
pensárselo dos veces, tomó impulso para lanzarse y aterrizar frente a la chica,
queriendo hacer que esos hombres retrocedieran. Fue una suerte que la nieve
estuviera alta en esa zona, o seguramente se habría llevado un buen golpe ante
semejante caída. Una sonrisa creció en sus labios al notar que los hombres se
tensaban, ¿y quién no lo haría? Era fácil reconocerlo: ropa blanca con el
símbolo de Helium, cabello blanco y atado en una coleta, ojos rojos como la
sangre...
Él
era el mismísimo Demonio de Psique.
—Oh,
¿así que se aprovechan de una pequeña mocosa como ella? — preguntó divertido,
mientras que una sonrisa torcida comenzaba a surcar su rostro. Cualquiera que
lo vería pensaría que estaba loco… y técnicamente así era.
—Tú…
¡Tú no deberías de estar aquí! — chilló uno de los tantos magos, aterrados.
Trató de realizar un hechizo mágico para mandar a volar al chico, pero Deep
Blood fue mucho más rápido y simplemente bastó un movimiento de su mano para
hacer que el pobre hombre explotara como si se tratara de un globo de agua.
La
sangre manchó la blanca nieve, y una risa psicópata escapó de sus labios, antes
de enfocar su mirada llena de locura en el resto de los magos.
—Vamos
a jugar.
… El
rojo manchaba todo a su paso, pero aun así, Lia no sentía miedo de aquella
persona que estaba parada en el medio de toda esa masacre. Él la había
abandonado, ¿no? Él quería que ella muriera. Pero aun así estaba allí,
demostrando que en efecto, el albino había ido a rescatarla.
Lentamente
se acercó a él, ignorando el paisaje y el hecho de que ellos dos eran enemigos
naturales. Sus manos sujetaron las de él, ocasionando que se mancharan de rojo
también, pero aun así se sentía
realmente alegre de poder estar a su lado.
—
¿Por qué no te has ido corriendo? — preguntó él en voz baja, sin atreverse a
mirarla.
—No
pienso dejarte solo — sonrió ella, tan tranquila como siempre. — Tú no lo
hiciste.
Deep
Blood la miró al fin, serio. Pero de todas formas le dio un ligero apretón de
manos ante sus palabras. ¿Realmente estaría bien todo eso? ¿Era la decisión
correcta? ¿Traicionarlo todo para protegerla?
Una
leve sonrisa surcó sus labios, confiada.
No
perdería nada averiguando eso.
—Vámonos
de aquí — dijo al fin, sabiendo que los magos no tardarían en ir a buscarlos, o
incluso su propio equipo.
Lia
asintió, y sin decir nada más se dejó guiar por él.
-------------------
&. Este es un pequeño cuento que escribí hace un par de meses, cuando me encontraba en la preparatoria. Fue para una clase de Creación Literaria, pero como no tuve tiempo de terminarlo, tuve que improvisar un final. ¿Posiblemente lo edite? Tal vez. E incluso tal vez le haga una continuación.